Era marzo de 1975, en aquellos tiempos los maestros rurales caminaban horas, incluso hasta días para llegar a las comunidades alejadas de la Sierra Oaxaqueña para impartir clases, y no era la excepción para la maestra Tere, una joven indígena recién egresada de la normal de maestros a quien apenas unos meses antes le habían asignado una plaza para trabajar en una alejada comunidad de su región.


En aquellos tiempos, los caminos de terracería siempre se encontraban en malas condiciones por las constantes lluvias y la zona montañosa, pues era muy común que estuvieran derrumbados los caminos o en el mejor de los casos fangosos casi intransitables. No había transporte público hasta aquellos pueblos alejados, y la única forma de llegar a las comunidades era caminando por horas o días o en la mejor de las suertes encontrar algún camión maderero o algún torton que llevara mercancía a las conasupos de las comunidades rurales; en ese tiempo por las malas condiciones de las carreteras, lo que en la actualidad a los camiones puede tomarles unas 6 u 8 horas de camino en aquellos tiempos les tomaba hasta uno o dos días llegar hasta el rincón de la sierra yendo a vuelta de rueda por los caminos angostos de montaña para no desbarrancarse por los voladeros de las laderas montañosas, llevando en sus llantas cadenas, que les servían para tener mejor tracción y no quedarse atorados entre los caminos de terracería donde llegaban a estancarse por el lodo.


La maestra Tere después de pasar los primeros tres meses en su labor docente en aquella comunidad impartiendo clases durante la mañana y parte de la tarde a los niños, pasando el resto de la tarde en la hortaliza de la escuela ayudando a los niños a sembrar vegetales o enseñarles la crianza de gallinas y conejos, y los fines de semana enseñando a leer a los adultos mayores o coser y tejer a las madres de familia de la comunidad. En aquellos tiempos, era muy difícil entrar y salir de las comunidades cada fin de semana por el escaso transporte y por lo alejado de las poblaciones, los maestros rurales solo salían del pueblo cada vacaciones, permaneciendo en las comunidades durante gran parte del ciclo escolar.


Así en marzo, al llegar las vacaciones de semana santa, la maestra Tere junto con la maestra Gabi emprendían la salida de aquella comunidad, para dirigirse cada quien a su pueblo y pasar las vacaciones junto a sus familias. Para esto tenían que caminar cerca de 6 horas por diversos senderos de montaña, para llegar a uno de los portillos de la montaña a mitad del corazón de la cadena montañosa de la sierra madre del sur, para ahí esperar tener la suerte de encontrar algún camión maderero que las bajara a la cabecera distrital de aquella región zapoteca. A primera hora de la mañana ella y la maestra Gabi salían de su comunidad de trabajo, con la esperanza de llegar al medio día a un paraje de aquella montaña, donde había que continuar por el largo camino de terracería con la esperanza de hallar en el camino un camión, de lo contrario, tendrían que caminar otras 12 horas más, para su suerte después de casi 6 horas de camino, no tuvieron que caminar más por aquella montaña, cuando pudieron encontrar un camión maderero que estaba por terminar de ser cargado, el cuál bajaría antes que anocheciera para llevar aquellos troncos a uno de los aserraderos de la región. Para su suerte, aquel camión tenía lugar para poder llevarlas en la cabina, pues muchas veces tenían que ir trepadas sobre los troncos de madera o sobre las mercancías que llevaban los torton, cuando era así apenas pudiendo taparse con un nailon que las cubriera de la lluvia y del viento que era muy común en la montaña.


El avance de aquel camión por la terracería de la montaña era lento, la platica con el chofer era amena, quien les contaba sobre su familia, los gajes del oficio y sobre alguna de sus aventuras y conquistas que tenía en la ciudad de Tuxtepec donde era originario. Aquellas jóvenes maestras, no tenían muchas opciones, pues era caminar 12 horas más por los senderos de la montaña o acudir a la suerte para encontrar un transporte que si no se atascaba o se quedaba atorado en un derrumbe, con buena fortuna cerca del amanecer podrían estar llegando a la cabecera distrital de esa región zapoteca.

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La noche era fría, y los faros de halógeno alcanzaban apenas alumbrar más allá de 5 metros, la niebla tupía todo alrededor, teniendo que ir a vuelta de rueda aquel camión, del cuál afuera entre la penumbra solo se escuchaba su motor y el cambio de velocidades que hacía el chofer entre cada curva que se encontraba. Las maestras poco a poco el cansancio de la caminata que habían realizado durante la mañana las iba dominando, que aunque querían mantenerse despiertas era inevitable que cabecearan repentinamente.


Eran casi las once de la noche, cuando un fuerte y repentino frenón del camión las despertó, mientras el chofer hacía sonar el claxón de su camión. La noche era fría, no había luna, el camino estaba repleto de niebla, con una llovizna que se alcanzaba a ver por los faros del camión, y para su sorpresa frente al camión veían a una viejita caminando a paso muy lento cargando un canasto alumbrándose apenas con un candil.


La maestra Gabi, sin titubear le pidió al chofer que la levantara, y ella pagaría al chofer su pasaje, mencionándole que podrían hacerse chiquitas para que las tres pudieran caber en la cabina, aunque el canasto de la señora lo echaran atrás. El chofer sin detenerse, les dijo que eso no era posible, que lo perdonaran. La maestra Gabi fue secundada por la maestra Tere, clamándole piedad por la viejita para que la subiera al camión, pues el pueblo más cercano estaba a muchas horas de camino, y que por la llovizna, el frío de la montaña y la noche, aquella viejita la iba a pasar muy mal aquella noche y casi madrugada en la montaña, pues no había civilización a decenas de kilómetros a la redonda solo montaña pura. Aquel chofer replicó diciéndoles que si esa viejita era de bien que Dios la acompañara, mientras se persignaba y pitaba fuertemente el claxon de su camión mientras seguía manejando en aquellas curvas de la montaña.


Aquella viejita, sin voltear se hizo a un lado y dejó pasar aquel camión, mientras que por el espejo retrovisor del camión, las maestras veían como aquel candil perdía su luz entre la noche y niebla de la montaña.
Al amanecer, poco antes de entroncar con la carretera federal que va de Oaxaca hacia Tuxtepec, a un costado del camino encontraron un camión que llevaba refrescos el cuál estaba completamente volteado, ahí el chofer del camión refresquero medio lastimado les pedía auxilio, pues durante la madrugada perdió el control de su camión y terminó volteándose. Aquel chofer era apodado “Kalimán”, pues todos los choferes que circulaban por aquella región eran conocidos entre si por sus apodos. El chofer del camión maderero se bajó del camión para auxiliar al “Kalimán”, no sin antes exclamar lo siguiente:


-Oye tú Kalimán, mejor tú te fuiste a voltear para beber agua al río, ya ni yo que me encontré a la pinche matlacihua anoche me pasó algo.


El kalimán todo desconcertado por el golpe que se había llevado al voltearse, se acercó lentamente a las maestras para confirmar si era cierto que se habían encontrado arriba en la montaña al aire malo de la “mala mujer”, pues luego “el gato” como le apodaban al chofer del camión maderero por sus ojos verdes, acostumbraba a contar historias de dudosa veracidad.

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Las maestras le dijeron que no habían visto algo extraño, pues durante la madrugada se habían quedado dormidas, y lo único que vieron fue a una viejita en la montaña antes de la media noche. “El Gato” sin titubear se acercó a a la plática, diciéndole que esa vieja que habían encontrado la noche anterior era la matlacihua, solo que no les quiso decir algo para no causarles miedo durante la noche, pero que ellos como choferes están acostumbrados a ver cada cosa en los caminos, que ya se la saben, y cuando le pitó a aquella vieja, no fue para que se hiciera a un lado, si no para hacerle saber que no le tenía miedo, pues lo primero que el chofer le vio a la viejita fueron sus pies y esta viejita tenía patas como de guajolote además que iba casi flotando, solo que el aire malo se les aparece con formas diferentes de acuerdo a quien vaya en el camión, comentando que si él hubiera ido solo, como hombre quizá solo se le hubiera aparecido una mujer muy guapa para tentarlo, pero como en ese caso iba acompañado de las maestras, el aire malo se les apareció como una viejita, para que se compadecieran y la subieran. Añadiendo el chofer, que si el hubiera subido a la viejita al camión, seguro también hubieran terminado desbarrancándose, pues cuando dejan subir al aire malo todo en el camión deja de funcionar hasta los frenos. Comentando que en algunas ocasiones cuando el aire malo se les aparece, el volante se les traba o los frenos dejan de funcionar por el aire malo, que hasta terminan orinando sobre el volante de sus camiones para contrarrestar al aire malo.


Las maestras no daban crédito a todo lo que estaban escuchando, pues ellas claramente tan solo habían visto a una viejita con un candil caminando en la noche por la carretera de terracería de aquella montaña entre la niebla y la llovizna…


Historia basada en una experiencia real de una maestra rural, adaptada para Live The Mountain por Filein Rommel León.

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