En lo que los caminantes cuentan, hoy presentamos “Alguien está allá afuera”


Había sido un día extenuante, su labor había comenzado prácticamente desde los primeros rayos del sol. Después de beber un poco de café y prepararse unas quesadillas que habían hecho sobre la flama de la fogata, se disponían a descansar pues apenas llevaban el segundo día en la montaña y aún les faltaban varios días internados en la lejanía de la montaña para realizar su labor y sus músculos les dolían hasta con el mínimo estiramiento.

Más tardaron en meterse dentro de sus cobijas, que lo que la fría noche los hizo dormitar.

Era una noche clara, de luna llena, de esas noches que no se necesitaba lámpara para caminar entre los árboles de la inmensa montaña, a simple vista se lograba ver entre la sombra de los pinos y de los frondosos encinos.

Juan dormía en su campamento y Daniel y Pablo compartían un mismo campamento. La primera noche había sido de calma absoluta, más que el ulular del búho se había escuchado más arriba entre la espesura del bosque, solo el viento de repente arreciaba que hacía mover las ramas de los árboles rompiendo el silencio de la noche como si alguien anduviera allá fuera jugueteando entre el frío de la madrugada, pero el cansancio poco lograba distraer a los tres jóvenes que esa semana les tocaba guardia en la montaña y no habían podido bajar en el torton cargado de troncos como sus otros tres compañeros. Aquellos jóvenes estaban internados en la montaña a poco más de dos horas y media en carro del pueblo más próximo por una brecha de terracería.

Como la noche anterior, el viento movía las ramas de los árboles como si alguien brincara entre los árboles, pero nada de eso lograba inquietar a los jóvenes en su descanso. Cerca de la media noche, Daniel quien tenía el sueño más ligero que sus otros dos compañeros, oía unos pasos afuera del campamento, pero poco lo inquietó y pensó que quizá era un cacomixtle o quizá hasta algún coyote que anduviera por ahí merodeando en busca de comida y se dejó consumir nuevamente por el sueño de la media noche.

Alrededor de la madrugada algo lo volvió a despertar, esta vez no eran pasos y no era un sonido muy común de la montaña el que se escuchaba allá afuera, pensó que era su imaginación o hasta el producto de un sueño, pues al despertar dejó de escuchar ese sonido que lo había percibido muy a lo lejos, pensó incluso que eran sus otros compañeros quienes habían regresado tan temprano en el torton para cargar troncos y bajarlos, pero al ver el reloj apenas eran las 03:15 a.m. Volvió a cerrar sus ojos cubriéndose con su cobija, pero justo al hacerlo, nuevamente aquel sonido lo despertó y cada vez lo oía más cerca, parecía venir entre los árboles. Daniel medio adormilado, quedó en silencio un instante para percibir todo el ruido a su alrededor, pensando que era su compañero Juan quien quizá habría salido al baño y esos quejidos eran producto de algún malestar estomacal, pero segundos después lo descartó cuando escuchó los ronquidos de su compañero en el otro campamento. Un escalofrío lo embargó en ese momento, que por más que quería hablarle a sus compañeros para despertarlos, no podía.

De repente aquel sonido se escucharon a escasos metros del campamento y no era un sonido normal del bosque nocturno, en ese momento todos los sonidos de la montaña silenciaron, hasta el mismo viento dejó de escucharse, dejando oírse solo aquel sonido extraño. Poco a poco el escalofrío y la incertidumbre invadió el cuerpo de Daniel, agudizando los sentidos de aquel joven. Daniel intentó despertar a Pablo quien dormía en el otro rincón del campamento pero solo balbuceó, volteó al otro lado y volvió a quedar dormido; Daniel prendió su candil y sentado sobre sus cobijas comenzó a gritar quien andaba allá afuera. Un silencio sobrevino unos instantes, mientras su amigo Pablo despertó repentinamente sorprendido por aquel grito de su compañero. De repente mientras ambos dialogaban en su idioma originario, como un lloriqueo se escuchó afuera entre los dos campamentos, ambos pensaron que sería un gato montés, pero aquel lloriqueo poco a poco fue más claro como si el llanto de un bebé se tratara. Pablo le dijo a Daniel que por nada del mundo se asomara, mientras desenfundaba su machete por si era algún felino que quisiera entrar al campamento, pues era sabido que en aquella región montañosa habitan pumas, gatos monteses y hasta jaguares. Pero aquel llanto no cesaba y cada vez era más fuerte.

Daniel quien era papá de dos menores de 5 años, había tomado aquel trabajo ante las escasas oportunidades en su comunidad, por lo que al oír aquel lloriqueo, varias cosas pasaron por su cabeza, pensó que quizá alguna persona de algún otro pueblo que pasaba por ahí rumbo a otra comunidad, al ver el campamento quiso dejarles a aquel bebé que se escuchaba llorar afuera de sus campamentos, pues en aquellas poblaciones de la lejana montaña de la Sierra, no son bien vistas las madres solteras ni los hijos creados fuera del matrimonio.

Pablo intentaba convencer a Daniel que no saliera, pero Daniel le decía a Pablo que si fuera un bebé el que estuviera llorando allá afuera, por el frío de la madrugada podría morir de congelamiento y lo mejor sería asomarse. Pablo quien había escuchado muchas historias que su abuelo le había contado cosas que sucedían en aquella montaña, jaloneaba a Daniel para que no abriera, pues le decía que mejor se quedara pues podría ser un “aire malo”, que mejor esperaran a que amaneciera. Pero aquel llanto cada vez era más claro, que Daniel no pudo resistir y abrió el campamento, una manta blanca se veían a escasos dos metros del campamento, Daniel se puso sus botas y su gabán para abrigarse del frío de la madrugada y salir de su campamento. No había duda en Daniel que aquel llanto fuera de un recién nacido, mientras maldecía a la persona desalmada que había dejado a aquel bebé a mitad de la madrugada en la montaña, mientras se acercaba el llanto era más fuerte.

Daniel al levantarlo y abrir la manta, quedó paralizado y sin poder decir palabra alguna, pues al hacerlo aquello que pensó que era un bebé se transformaba en un ente extraño con unos dientes que parecían colmillos, una cara muy arrugada y unos pelos que apenas cubrían su cabeza, mientras una voz gutural le decía ¿Te gustan mis dientes? mientras comenzaba a carcajearse y aquella cosa se alejaba de aquel campamento desvaneciéndose entre la espesura del bosque.

Pablo al ver todo aquello desde el campamento, gritó para que Juan se despertara, quien segundos después despertó y salió todo adormilado preguntando que pasaba.

A temprana hora, dos de aquellos tres jóvenes levantaron el campamento y caminaron hacia el pueblo dejando aquel trabajo de talamontes para el cuál los habían contratado. Pues Pablo que conocía la historia de sus abuelos, les decía que el dueño de aquella montaña les había hecho esa broma para que dejaran de talar los árboles de aquella montaña y eso solo había sido un aviso.

Daniel tardó varios días en recuperar el habla y en cuanto pudo dejó su pueblo para irse a vivir a la ciudad. De los otros dos ya no se supo más que pasó con ellos, pero ninguno de ellos volvió a trabajar de talamontes.

Este relato lo pude escuchar hace 20 años de un viejo abuelo de la sierra zapoteca con el que pude coincidir en un autobús guajolotero camino hacia un pueblo de la Sierra Norte de Oaxaca.


Lo que los caminantes cuentan…
Relato basado en una historia real
Adaptación: Filein Rommel León

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